EL CIEGO DE RUS
Raro era el día que no salía al campo caballero en un brioso bayo y rodeado por una inquieta nube de ladradores podencos a cada uno de los cuales sabía él llamar por su nombre preciso. Era un tiempo en que abundaba el áspero jabalí más que ahora por estas tierras y se le cazaba con ballesta o valerosa lanza.
Atardecía después de una sudorosa jornada cinegética y perseveraba el mancebo en su acecho a la vera de un riachuelo donde había un abrevadero de puercos.
El invierno dio paso a la primavera y florecían los almendros en la loma de Canena.
Resignado a sus tinieblas el hijo del alcaide de Rus no dejaba de salir al campo con su caballo y sus podencos y se solazaba en distinguir los variados cantos de las aves, el rumor del viento en las cañas y los alborotos de sus perros cuando columbraban la fuga del puerco o del venado.
El invierno dio paso a la primavera y florecían los almendros en la loma de Canena.
Resignado a sus tinieblas el hijo del alcaide de Rus no dejaba de salir al campo con su caballo y sus podencos y se solazaba en distinguir los variados cantos de las aves, el rumor del viento en las cañas y los alborotos de sus perros cuando columbraban la fuga del puerco o del venado.
Un mediodía de mayo, fatigado de las calores, descabalgó el ciego a la refrescante sombra de un frondoso olmo.
Tuvo un sobresalto: alguien le tiraba levemente de la marlota. Inútilmente exploró sus contornos con las manos extendidas. Sintió que dulcemente le tocaron los ojos y una voz suave como la piel de las uvas le pidió que los abriese. Quedó con sus ojos claros y su vista restituída ante una hermosa mujer que sonreía.
Tuvo un sobresalto: alguien le tiraba levemente de la marlota. Inútilmente exploró sus contornos con las manos extendidas. Sintió que dulcemente le tocaron los ojos y una voz suave como la piel de las uvas le pidió que los abriese. Quedó con sus ojos claros y su vista restituída ante una hermosa mujer que sonreía.
La señora le pidió que mandase desenterrar una figura que había debajo de aquel árbol. Al otro día hombres con azadones cavaron y encontraron una estatua de piedra. Representaba a la señora que había obrado el prodigio. Al enderezar la imagen una clara fuente manó del molde que dejaba en la tierra. El alcaide moro de Rus dio gracias al cielo e hizo venir alarifes y canteros para que construyeran una ermita que aposentase dignamente la imagen de la hermosa señora y la cristalina fuente.
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